Lo que se esperaba, porque así lo decían las encuestas, es que ganara el PP por goleada y Pedro Sánchez recibiera un castigo tal que lo retirara de la vida pública. No ha sido así.
Es posible que todos los españoles recordemos estas elecciones generales del 23 de julio del 23. También una campaña que ha sido emocionante, considerando que los sentimientos exacerbados no siempre son deseables en un país polarizado políticamente como es ahora España.
Pero las emociones brotan tras una experiencia pandémica muy dura (ustedes saben lo que es) y una guerra que ha quebrado la recuperación de una economía que debía centrarse en la transformación energética urgida por el cambio climático.
En esas estábamos, con una oposición nada colaboradora que se refería al ejecutivo con el singular apelativo de gobierno Frankenstein, por estar constituido con la colaboración de Podemos, partido situado a la izquierda del partido socialista, y sumando acuerdos puntuales con los partidos nacionalistas o independentistas; en esas estábamos cuando el presidente convocó las elecciones generales.
En realidad, Pedro Sánchez no contaba con otra fórmula en esta legislatura para sacar adelante las leyes que han definido su mandato que echar mano del apoyo de los pequeños partidos que representan a las diferentes nacionalidades del Estado.
Han sido cuatro años duros, ásperos, en los que se ha recurrido como nunca a la grosería, al bulo, a la media verdad, al insulto, a un nivel que no conocíamos incluso en país tan vehemente como el nuestro. Medios afines al partido popular han alimentado a diario el odio a Sánchez, definiéndolo como psicópata, ególatra, individuo sin escrúpulos que andaba vendiendo la unidad de España por la sucia ambición de permanecer en el poder.
También se han despachado contra la líder de Sumar, una formación que ha reunido a varios partidos de izquierda y que aspira a un nuevo gobierno de coalición con los socialistas. Yolanda Díaz es una mujer brillante, ministra de trabajo con Sánchez, que tomó medidas esenciales para amparar a los trabajadores durante la pandemia y fue la artífice de la reforma laboral.
Han brotado en los últimos tiempos las maneras de la vieja escuela a la presencia de las mujeres en la vida pública y han sido varios los políticos conservadores que se han puesto en evidencia con comportamientos que se creían superados.
Lo que se esperaba, porque así lo han proclamado las encuestas, es que ganara el Partido Popular por goleada y Sánchez recibiera un castigo de tal calibre que lo retirara de la vida pública. No ha sido así.
Pero no ha sucedido así. Hay una España que ha temido retroceder en derechos y libertades, hay un país que los ha defendido y que tenía miedo de que Vox arrastrara al Partido Popular hacia posiciones extremistas como así está sucediendo en no pocos países europeos.
Los pactos entre la derecha y su extremo que dejaron las elecciones municipales y autonómicas han tenido un efecto clarificador que ha movilizado a una izquierda que refugia sus decepciones en la abstención o en las filas del Partido Popular.
Está claro que se teme al retroceso. España defiende celosamente sus derechos civiles y ha visto cómo quienes niegan la existencia de una violencia de género o los avances en el bienestar de las personas LGTBI podían alcanzar el gobierno de la nación. También temíamos (uso la primera persona del plural) a los negacionistas del cambio climático, cuyos efectos en el Mediterráneo ya son atroces, o a los retrocesos en materia fiscal.
Esos temores son los que han incentivado un voto que se daba por perdido en la primera parte de la campaña tras un debate en el que Sánchez se dejó golpear dialécticamente por Feijóo, el líder conservador, que perdió su careta de moderado para mostrar un rostro no muy conocido fuera de Galicia.
A partir de ese momento tan bajo, la vehemencia en la izquierda despertó de su letargo y la campaña hasta el momento algo plúmbea se transformó en una lucha fervorosa por el voto a los partidos de izquierda.
Muchos hemos apoyado desde nuestras tribunas públicas a esos partidos por miedo al retroceso, a la involución. Ahora nos encontramos ante la incógnita de si será posible gobernar o volveremos a elecciones. Tal vez Sánchez haga acopio, como otras veces, de esa extraña magia con la que cambia el curso de la historia. Lo que está claro es que al menos, tras el vertiginoso escrutinio de los votos, muchos respiramos aliviados.
(Discúlpenme por este texto atropellado, algo confuso, pero ustedes me entenderán muy bien si les confieso la dificultad que se tiene al tener que contar cómo es el propio país).
*Escritora española Su última novela es «En la boca del lobo»