Rusia fue sacudida en las últimas horas por una sublevación militar que puso en jaque al Kremlin y lo obligó a desplegar su sistema de seguridad interna.
El grupo paramilitar Wagner, liderado por el impredecible Yevgueni Prigozhin, inició en la noche del viernes una marcha de tropas que llegó a sólo 200 km de Moscú, y frenó a último momento, aceptando negociar, para evitar “un baño de sangre”.
Este hecho representa el desafío más significativo de las dos últimas décadas contra el poder del presidente Vladimir Putin.
Los mercenarios amotinados dieron este sábado marcha atrás después de una jornada de caos y en virtud de la intervención del presidente de Bielorrusia, Alexandr Lukashneko, un alfil de Putin, quien logró un acuerdo con Prigozhin para que sus tropas abandonen Rusia y se establezcan en territorio bielorruso.
“Me preguntan qué le pasará a Prigozhin personalmente. El caso penal contra él se va a retirar y se marchará a Bielorrusia”, anunció el portavoz del Kremlin, Dimitr Peskov, en respuesta a una consulta de la prensa.
“Si me pregunta qué tipo de garantía tendrá Prigozhin para irse a Bielorrusia, les diré que es la palabra del presidente de Rusia”, destacó el vocero.
Peskov confirmó que «no se presentarán cargos contra el resto de los combatientes, teniendo en cuenta sus méritos en el frente». «Siempre hemos respetado el heroísmo en el frente y siempre mantendremos ese respeto», remarcó.
El motín de Wagner estremeció al gobierno y hundió al país en una severa crisis durante casi 24 horas.
“Ahora es el momento en que la sangre puede correr. Por eso, comprendiendo toda la responsabilidad de que se derrame sangre rusa, nuestras columnas dan media vuelta y regresamos a nuestras bases”, afirmó Prigozhin en un mensaje de audio en su canal de Telegram, tras el acuerdo con Bielorrusia.
El líder militar afirmó que las élites militares rusas, contra las cuales se rebeló, “querían desintegrar al Grupo Wagner” y explicó que por ello anunció la “marcha por la justicia”, durante la cual tomó la ciudad sureña de Rostov del Don y luego avanzó hacia la capital rusa.
“Durante este tiempo no derramamos ni una gota de sangre de nuestros combatientes”, indicó.
El jefe del Grupo Wagner hizo este anuncio después de que el servicio de prensa de Lukashneko afirmara que el mandatario había mediado con la venia de Putin. “Prigozhin aceptó la propuesta del presidente bielorruso sobre el avance de los efectivos de Wagner en territorio ruso y pasos futuros para reducir las tensiones”, aseguró Bielorrusia.
En el comunicado, Lukashenko admitió que estuvieron al borde de “desatar una sangrienta masacre en territorio ruso”. Y agrega que el acuerdo es “absolutamente beneficiosa y aceptable para solucionar la situación”, incluso con “garantías de seguridad para los combatientes de Wagner”.
La aclaración de que no se tomarán medidas contra las milicias Wagner contradice el discurso de Putin y muestra la estatura política de Prigozhin para negociar de igual a igual.
Putin, muy duro con su amigo Prigozhin
Putin habia condenado la rebelión y alertado del riesgo de una “guerra civil” en pleno conflicto con Ucrania. Con traje y corbata negros, semblante serio y tono marcial, el mandatario ruso se dirigió, sin nombrarlo explícitamente, al hombre que lo desafía, Prigozhin.
“Es una puñalada por la espalda para nuestro país y nuestro pueblo”, dijo Durante su discurso dirigido a la nación, el mandatario ruso fue terminante. “A lo que nos enfrentamos es exactamente a una traición. Una traición provocada por la ambición desmesurada y los intereses personales”, afirmó.
En otro párrafo de su mensaje, Putin advirtió que habría represalias: “Cualquiera que haya seguido conscientemente el camino de la traición, que haya preparado el motín armado, haya seguido el camino del chantaje y las acciones terroristas, será castigado inevitablemente. Responderán ante la ley y nuestro pueblo”.
La réplica de Prigozhin al discurso de Putin fue rápida: “El presidente está profundamente equivocado. Somos patriotas. Nadie se va a rendir”, aseguró.
El comienzo de la asonada
El momento más caliente de esta sublevación fue el viernes, después de varios videos subidos a Telegram por Prigozhin donde acusaba al Ejército ruso de bombardear a los soldados de Wagner, provocando una matanza.
Luego volvió a acusar al ministro de Defensa y al alto mando ruso de las derrotas en suelo ucraniano. “Hay que poner freno a quienes tienen responsabilidad militar en el país”, insistió el jefe paramilitar, llamando a los rusos a unirse a sus tropas y a no oponer resistencia.
Pese a que los servicios de seguridad del FSB, la antigua KGB, le habían advertido que no avanzaran, Prigozhin dijo que contaba con “25.000 efectivos” decididos a llegar “hasta el final” y “destruir todo lo que se interponga” en su camino.
Primero tomó el cuartel general del ejército ruso en Rostov, centro neurálgico de las operaciones en Ucrania. A partir de allí comenzó la “marcha” sobre Moscú, ciudad que desplegó soldados y artillería en la entrada sur.
En el medio, sus hombres, a través de videos en las redes, afirmaron haber derribado un par de helicópteros del Ejército.
Cuando todo parecía que la asonada iba a terminar en un feroz enfrentamiento, intervino Lukashenko. Sus promesas calmaron a Prigozhin, que decidió frenar la rebelión.
De hecho, el líder de Wagner regresó sin problemas a su base en Rostov, donde fue aplaudido y victoreado por la población rusa.
Reunidos en el centro de la ciudad, numerosos habitantes de esa ciudad fronteriza con Ucrania grabaron con sus celulares a los combatientes de Wagner, aplaudiendo y coreando su nombre.
La sublevación debilitó al gobierno de Putin y, en directo contraste, fortaleció al Grupo Wagner y especialmente a Prigozhin, cuya figura política cobra una nueva dimensión en Rusia, pese a su partida.