El papa Francisco siguió hoy desde el Vaticano el tradicional Vía Crucis del Coliseo romano, que este año estuvo centrado en las “voces de paz en un mundo en guerra” con testimonios de varios países, y al que no pudo asistir por las bajas temperaturas que atraviesan la capital italiana a menos de una semana de que fuera dado de alta de una bronquitis.
Debido “al intenso frío” de la noche romana, el pontífice de 86 años se unió desde su residencia de Casa Santa Marta “en oración” a las casi 20.000 personas que participaron de la celebración en la que se leyeron 14 reflexiones y pedidos por la paz.
A lo largo de las catorce estaciones se escucharon diversos testimonios que reflejaron realidades de personas en situaciones de migración, guerra o conflictos y que fueron recolectadas por el Papa en todo el mundo.
Las personas que dieron los testimonios, leídos por dos periodistas italianas, “proceden de tierras heridas por bombas, disparos, misiles u odios fratricidas. Son hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, padres o consagrados”, informó el Vaticano.
En la oración inicial, se recordó el sufrimiento de “tantos hermanos y hermanas que en el mundo han sufrido y sufren la falta de paz, dejándonos interpelar profundamente por los testimonios y ecos que han llegado a los oídos y al corazón del Papa incluso durante sus visitas”.
Así, los testimonios fueron presentados como “ecos de paz que reaparecen en esta tercera guerra mundial a pedazos, gritos que vienen de países y zonas hoy devastadas por la violencia, las injusticias y la pobreza” que llegan desde “todos los lugares donde se padecen conflictos, odios y persecuciones están presentes en la oración de este viernes santo”.

Los testimonios
La primera meditación, en tanto, llegó de la denominada “Tierra Santa”, que en las últimas horas vive una escalada del conflicto, y el testimonio lamenta que allí “la violencia parece ser nuestro único lenguaje”.
“El motor de las represalias mutuas se alimenta incesantemente del propio dolor, que a menudo se vuelve el único criterio de juicio. Justicia y perdón no logran dialogar entre sí”, denunció.
El segundo testimonio, de un migrante de África occidental, recordó sus seis intentos por llegar a Europa: “Permanecí en un centro durante seis meses y allí perdí la razón; cada tarde preguntaba a Dios por qué, ¿por qué hombres como nosotros deben considerarnos enemigos? Muchas personas que huyen de la guerra cargan cruces similares a la mía”.
Luego, las voces de paz de los jóvenes de Centroamérica lamentaron un entorno en el que ven “crecer las espirales del narcotráfico, de la violencia, de las dependencias y la explotación de las personas, mientras muchas familias siguen llorando la pérdida de los hijos; y la impunidad del que estafa, secuestra y mata no tiene fin”.
Una madre sudamericana, en tanto, recordó en su texto que “en el 2012 la explosión de una bomba puesta por los guerrilleros” le destrozó una pierna.
“La metralla me provocó decenas de heridas en el cuerpo. De aquel momento recuerdo los gritos de la gente y la sangre por todas partes”, evocó.
Unidos en la siguiente estación, tres migrantes provenientes de África, Asia del Sur y Medio Oriente entrelazaron sus historias diferentes pero que coinciden en sentirse víctimas del odio. De ahí la petición de perdón a Dios leída en la noche fría romana porque “te hemos despreciado en los desgraciados” y “te hemos ignorado en los necesitados”.
Un sacerdote dio voz a la península balcánica en la siguiente estación, en la que relató cómo, siendo párroco en plena guerra, fue deportado a un campo sin comida ni agua. “Me amenazaron con arrancarme las uñas, con desollarme vivo”, recordó y agregó que una vez suplicó a un guardia que lo matara, pero una mujer musulmana le llevó comida y ayuda.
Dos adolescentes del norte de África que viven en campos de desplazados, plantearon luego que quieren estudiar y jugar, pero no tienen ni espacio ni oportunidad. “La paz es buena, la guerra es mala. Me gustaría decírselo a los líderes del mundo”, se leyó en su testimonio durante la celebración.

Los fieles del Sudeste Asiático también hablaron al mundo y dijeron: “Somos un pueblo que ama la paz, pero estamos aplastados por la cruz del conflicto”, tras lo cual denunciaron “el comercio de armas sin escrúpulos”.
Palabras de esperanza llegaron desde una mujer de Asia Occidental que vio morir a su hijo pequeño bajo una granada de mortero junto a su primo y vecino, y luego una monja de África Oriental revivió la muerte de su hermana a manos de terroristas el día en que su país celebra el Acuerdo de Independencia.
Por último, aparecieron las “voces de paz” en las historias de las niñas del Sur de África, secuestradas y maltratadas por los rebeldes.