viernes, diciembre 6HOLA VALLE DE UCO

A 20 años de una cacería humana


Un estallido seco similar a la rotura de una lámpara. La primera impresión de quienes presenciaron lo que luego se determinó fue el primer ataque de los francotiradores de Washington DC fue que el ruido que escucharon se había producido por algún desperfecto en el negocio, una casa de insumos de diseño llamada Michaels ubicada en Aspen Hill, Maryland.

No fue hasta que se descubrió el agujero del tamaño de una moneda en la vidriera y una perforación en un cartel luminoso que todos cayeron en la cuenta de que el incidente había sido un ataque armado.

La bala de rifle calibre .223 luego fue hallada incrustada en una pila de mercadería en un rincón del local.

El episodio en Michaels sucedió a las 17.20 del miércoles 2 de octubre de 2002. Como no hubo heridos, la policía le restó importancia al asunto y no investigó qué pudo haber pasado.

Faltaba poco para que la hipótesis del accidente quedara sepultada: una hora más tarde, John Allen Muhammad (41) y Lee Boyd Malvo (17) se cobraron su primera víctima: un analista informático de 55 años llamado James Martin que murió tras recibir un disparo en la playa de estacionamiento de un supermercado.

Al día siguiente, el dúo criminal lanzó una brutal seguidilla de ataques y asesinó a cuatro personas en dos horas, todas víctimas aleatorias que murieron tras ser alcanzadas por las balas de los francotiradores.

Ese 3 de octubre terminó con una víctima más, la quinta del día y la sexta en total, y con las autoridades de Washington DC, Maryland y Virginia desorientadas frente a un fenómeno criminal con el que nunca antes habían tenido que lidiar: balazos mortales que salían de la nada, sin ningún orden, que podían alcanzar a cualquiera. 

John Allen Muhammad, el exmilitar que organizó los tiroteos de Washington DC en 2002 y fue ejecutado en 2009. Foto: AFP


John Allen Muhammad, el exmilitar que organizó los tiroteos de Washington DC en 2002 y fue ejecutado en 2009. Foto: AFP

A lo largo de las próximas tres semanas, los asesinos desatarían una ola de terror que sumiría a la población en un estado de pánico, temerosa hasta de salir a cargar nafta o hacer las compras a riesgo de quedar en la mira del rifle de los atacantes.

El raid criminal de Muhammad y Malvo se terminó el 24 de octubre de 2002 cuando fueron sorprendidos por la policía durmiendo en su auto en una zona de descanso sobre una autopista.

La noticia del arresto trajo alivio, pero también sorpresa y curiosidad frente a la revelación de quiénes habían sido los autores y cuáles eran sus motivaciones.

A la hora de repasar los ataques de los francotiradores de Washington DC, es inevitable empezar por el extraño vínculo de padre e hijo adoptivo que unía a Muhammad, un ex militar obsesionado por recuperar la tenencia de sus hijos, y a Malvo, un menor de edad jamaiquino que creció deseando una familia. 

Lee Boyd Malvo, uno de los francotiradores de Washington DC, que tenía 17 años al momento de los crímenes. Foto: Archivo Clarín


Lee Boyd Malvo, uno de los francotiradores de Washington DC, que tenía 17 años al momento de los crímenes. Foto: Archivo Clarín

De padre amoroso a hombre atrapado por la ira

John Allen Muhammad nació en Louisiana, Estados Unidos, en 1960 como John Williams. Eventualmente se convertiría al islam en 1987 y adoptaría el apellido Muhammad en 2001.

Su madre murió a los 3 años y su padre abandonó la familia poco después, dejando a John al cuidado de su abuela materna. Según reportes periodísticos, esta situación impactó profundamente al niño, que sufrió bullying a manos de su familia.

Muhammad ingresó al Ejército en 1978 y al parecer encontró allí su nicho. Fue mecánico y conductor de camiones, y también recibió entrenamiento en el manejo de armas y explosivos. Inclusive recibió una medalla por su excelencia a la hora de manejar armas.

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Como soldado participó de la Guerra del Golfo en 1991, donde debió desarmar armas químicas iraquíes. Su labor también fue reconocida con múltiples distinciones, pero todos los que lo conocieron coinciden en señalar un cambio notorio en su comportamiento tras su regreso.

En un documental de 2008 llamado La esposa del francotirador de Washington DC, la exesposa de Mohammad, Mildred, dijo directamente que su marido pasó de ser un hombre cariñoso y un buen padre a ser una persona completamente fuera de sí.

Amigos de él que fueron entrevistados por investigadores y periodistas han brindado testimonios similares: Muhammad volvió de la guerra convertido en un hombre oscuro acorralado por una espiral de ira que parecía crecer sin control.

Si bien los conocidos del exmilitar dijeron que nunca lo vieron gritarle o pegarle a sus 3 hijos, Mildred lo describió como un abusador y un padre “muy controlador”. Algunos han especulado con la posibilidad de que tal vez fue expuesto a alguna sustancia química durante la guerra, pero nunca se ha podido comprobar nada al respecto.

El rifle Bushmaster usado por los francotiradores de Washington Dc. Foto: AP


El rifle Bushmaster usado por los francotiradores de Washington Dc. Foto: AP

La separación de la pareja en 1999 fue, de alguna manera, el comienzo del fin para Muhammad. Su esposa afirmó que él la seguía a toda hora y que llegó a amenazarla de muerte.

Ante la perspectiva de verse separado de sus hijos, el exmilitar decidió secuestrar a los 3 chicos y huyó al Caribe, donde sobrevivió vendiendo documentos falsos para personas que querían ingresar a Estados Unidos.

Fue durante su estancia en Antigua y Barbuda, un país cercano a Jamaica, donde Muhammad conoció a Lee Boyd Malvo, en ese momento un niño de 14 años viviendo junto a su madre que ansiaba desesperadamente una referencia masculina y una familia.

Un joven y el deseo de un padre

Lee Boyd Malvo nació en Kingston, Jamaica, en 1985. Sus padres se separaron en 1990, y a partir de ese momento Malvo prácticamente no volvió a tener contacto con su padre.

Debido a la necesidad de conseguir trabajo, su madre se mudó por varios lugares, y a veces debió dejar al niño al cuidado de parientes.

Lee Boyd Malvo durante uno de los procesos judiciales que atravesó. Foto: Archivo Clarín.


Lee Boyd Malvo durante uno de los procesos judiciales que atravesó. Foto: Archivo Clarín.

Según han relatado parientes de Malvo, la situación familiar le dificultaba encontrar un sentido de estabilidad. Ingresó a varios colegios y logró sobresalir en todos, pero nunca pudo permanecer suficiente tiempo como para hacerse amigos.

Malvo estaba viviendo en Antigua y Barbuda en 1999 por un tema laboral de su madre cuando conoció a John Allen Muhammad. Al parecer, el negocio de documentos falsos que manejaba el exmilitar habría sido el generador del encuentro inicial, dado que la madre de Malvo deseaba irse a vivir a Estados Unidos.

La cercanía fue tal que la madre de Malvo lo dejó al cuidado de Muhammad cuando decidió irse a EE.UU. a probar suerte. Fue durante este período que el hombre logró convertir al joven que había sido bautizado en la Iglesia Adventista a la fe islámica, tal como él lo había hecho en la década del 80.

Si bien el vínculo entre ambos había empezado a consolidarse, sus caminos se separan momentáneamente luego de que la policía detectara que Muhammad había secuestrado a sus hijos y debió volver a Estados Unidos para devolverlos a su madre.

La situación sumerge a Muhammad en un pozo de ira y depresión de la cual ya no saldría. Obsesionado con vengarse de su exesposa y recuperar a sus hijos, al poco tiempo se reencontraría con Malvo en EE.UU. para desencadenar una ola de terror que se extendería por casi 9 meses y se cobraría 17 muertos y 10 heridos.

Muertes a lo largo de la ruta y una posible motivación

Si bien Muhammad y Malvo se convirtieron en criminales intensamente buscados por los asesinatos estilo francotirador en la región de Washington DC, Maryland y Virginia, su raid criminal en realidad comenzó casi 9 meses antes y a miles de kilómetros de distancia: el 16 de febrero de 2002 en Tacoma, Estado de Washington.

El primer crimen del dúo, ejecutado por Malvo, fue el asesinato de Keenya Nicole Cook, una joven de 21 años que atendió la puerta de la casa de su tía, Isa Nichols, quien era la verdadera víctima.

El Chevy Caprice azul en el cual se movilizaban los asesinos y desde el cual disparabn a sus blancos. Foto: AP


El Chevy Caprice azul en el cual se movilizaban los asesinos y desde el cual disparabn a sus blancos. Foto: AP

Para muchos, en este crimen puede decodificarse la motivación primaria de Muhammad.

Nichols era la mejor amiga de su exesposa, Mildred, a la que le había aconsejado que se separara del exmilitar. Malvo tocó el timbre debido a que Muhammad era conocido, y seguramente temido, por quienes vivían en esa casa. Como no conocía a Nichols, en cuanto Cook abrió la puerta asumió que ella era el blanco y apretó el gatillo.

Los abogados de Malvo, entre otros, han argumentado en base a este crimen que la venganza era la intención central de Muhammad y su plan estaba diseñado para llevarla a cabo sin que lo descubran: aprovechar el caos que había creado para asesinar a la madre de sus hijos, asumiendo que todos pensaría que era simplemente una víctima aleatoria más.

Tras este primer crimen, el dúo emprendió la marcha hacia el este de Estados Unidos, justamente la zona donde la exesposa y los hijos de Muhammad se habían instalado para escapar de él.

Durante los meses que duró su viaje, asesinarían a seis personas más en Arizona, Alabama, Louisiana y Maryland, siguiendo el mismo patrón de víctimas aleatorias que repetirían después, sólo que todavía no habían implementado la modalidad del francotirador.

Fotos de John Allen Muhammad, uno de los francotiradores de Washington Dc. Foto: AFP


Fotos de John Allen Muhammad, uno de los francotiradores de Washington Dc. Foto: AFP

Al principio las autoridades no conectaron esta seguidilla de crímenes, varios de ellos ejecutados para cometer un robo, con los asesinatos posteriores, un error que terminaría por ser clave a la hora de resolver el misterio de quién estaba detrás de todo.

La última instancia de esta fase previa fue un asesinato el 23 de septiembre en Luisiana, nueve días antes de que comenzaron los tiroteos en Washington DC. Durante estos meses asesinaron a 7 personas e hirieron a 10. 

Ola de pánico y una policía desbordada

Los siete incidentes, que terminaron con seis muertos, ocurridos a lo largo de 15 horas entre el 2 y el 3 de octubre de 2002 generaron una ola de pánico en Estados Unidos, que aún no terminaba de reponerse del shock de los atentados a las Torres Gemelas de septiembre de 2001.

Los canales de televisión se dedicaron a una cobertura prácticamente continua de los sucesos, mientras que la policía quedó bajo la lupa frente a la desesperación de la población.

Fue el desconcierto reinante y la presión política en un mundo post 11 de septiembre (una de las hipótesis iniciales era que los responsables eran miembros de Al Qaeda) lo que llevó a la policía tomar una decisión que terminarían por lamentar: sin pistas sólidas, le pidieron ayuda al público para esclarecer el caso.

Lee Boyd Malvo es visto siendo trasladado por la polidurante uno de sus juicios. Foto: AFP


Lee Boyd Malvo es visto siendo trasladado por la polidurante uno de sus juicios. Foto: AFP

Las autoridades instalaron una línea telefónica que rápidamente quedó saturada: más de 100 mil llamados de personas convencidas que conocían a los tiradores.

En la avalancha de información no solo se perdió el llamado de un excompañero de Muhammad hablando de sus sospechas, sino que también se instaló la idea de que los francotiradores manejaban una van blanca y no el auto Chevrolet Caprice azul que en realidad usaban.

Mientras tanto, los tiroteos seguían. El 7 de octubre, un chico de 13 años, el más joven de todas las víctimas, fue herido de un balazo pero sobrevivió. El 9 y el 11 de octubre fueron asesinadas dos personas mientras cargaban nafta, lo que llevó a las estaciones de servicio a instalar lonas gigantes para que sus clientes no fueran vistos.

El 14 y el 19 de octubre fueron asesinadas dos personas en playas de estacionamiento, mientras que el último suceso se produjo el 22 de octubre, cuando un conductor de colectivo murió luego de ser alcanzado por una bala mientras descansaba.

La resolución del caso empezó a despejarse luego de que la policía encontrara una nota escrita a mano pegada a un árbol cerca de donde se produjo el tiroteo del 19 de octubre.

John Allen Muhammad y Lee Boyd Malvo. Foto: AP


John Allen Muhammad y Lee Boyd Malvo. Foto: AP

En ese mensaje, los atacantes no solo exigían 10 millones de dólares para detener su matanza, sino que también hicieron mención a uno de sus crímenes previos, un asalto y un asesinato que habían llevado a cabo en Alabama.

Una pista

La policía nunca había hecho esta conexión y decidieron investigar. Allí se toparon con que una de las huellas digitales encontradas en el lugar pertenecían a Lee Boyd Malvo.

Esta no había sido la primera vez que tiradores habían mencionado este crimen. Al parecer indignados porque otras personas empezaban a adjudicarse los tiroteos, los atacantes llamaron a la línea de emergencia instalada por la policía y dijeron que eran los autores de los asesinatos en Washington DC y del incidente en Alabama.

Las huellas de Malvo llevaron a la policía hasta Muhammad y su Chevrolet azul en el cual la dupla se movilizaba. Alertaron a la población respecto a este dato, y a los pocos días llegaron dos llamadas desde una misma localidad: el auto estaba estacionado en una zona de descanso sobre una autopista en Maryland.

Cuatro horas después de las llamadas, a las 3.15 de la mañana del 24 de octubre, un equipo SWAT sorprendió a John Muhammad y Lee Boyd Malvo durmiendo en el asiento trasero y los detuvo.

Dentro del auto encontraron un rifle Bushmaster XM-15 calibre .223, que luego se determinó fue usado en 11 de los 14 tiroteos.

Juicio, ejecución y una prisión perpetua en disputa

La detención de Muhammad y Malvo fue recibida con alivio y curiosidad por parte de la población. A lo largo de las próximas semanas, el interés por el caso no hizo más que crecer a medida que iban saliendo más detalles a la luz.

Una de las revelaciones más impactantes fue saber cómo lograban cometer los crímenes sin que nadie los detectara.

Para esto, Muhammad hizo dos agujeros en el baúl del auto, uno para el rifle y otro para la mira telescópica, de manera que pudiera disparar sin abrir ninguna puerta ni dar ninguna señal.

Su modus operandi era instalarse en un sitio abierto cerca de una autopista para asegurarse un escape rápido y monitorear el movimiento del público.

Por lo general, estaban los dos en el auto y Muhammad era el encargado de apretar el gatillo, pero al menos en una ocasión Malvo recorrió el lugar y mediante un handy le dio el visto bueno a su compañero para que disparara.

En el primero de varios juicios que debió afrontar, Malvo afirmó que él había sido quien apretó el gatillo en todos los asesinatos, una declaración que luego reconoció era mentira.

En otra instancia judicial algunos años más tarde, Malvo explicó que había mentido con la esperanza de ayudar a Muhammad, dado que al ser menor de edad, imaginaba que las consecuencias serían menos graves.

Durante uno de sus juicios, Malvo contó que Muhammad le había explicado que su plan contaba de tres partes. La primera fase era la que estaban llevando a cabo, mientras que la segunda y la tercera no llegaron a concretarse.

La segunda consistía en asesinar a una mujer embarazada y a un policía en Baltimore, para luego asistir al velorio del oficial y colocar explosivos que detonarían en el momento de mayor volumen de público.

En la tercera y última fase, el objetivo era extraerle varios millones de dólares al gobierno de EE.UU. para instalar una suerte de colonia en Canadá donde entrenarían a otros jóvenes huérfanos como Malvo para que comentan tiroteos similares a lo largo del país. 

La defensa del joven planteó que era inimputable dado que era totalmente dominado por el hombre mayor, pero no fue exitosa y Malvo fue condenado a seis cadenas perpetuas consecutivas sin posibilidad de acceder a libertad bajo palabra.

En una entrevista que le brindó a The Washington Post en 2012 a diez años de los crímenes, Malvo pareció aceptar su responsabilidad y se definió su manera categórica: «Yo era un monstruo. Si buscas la definición, eso es lo que era. Un demonio. Fui un ladrón y le robé la vida de la gente. Hice lo que me pidió otra persona sólo porque lo dijo. No hay ni razón ni sentido».

En 2017, un tribunal dictaminó que condenar a un menor a cadena perpetua sin posibilidad de libertad bajo palabra era inconstitucional, y Malvo pasó a tener la posibilidad de pedir ese beneficio.

En agosto de 2022, un panel judicial en Virginia le denegó su pedido de libertad condicional. Malvo actualmente está encarcelado en la Prisión Estatal Red Onion, en Virginia. 

Muhammad, por su parte, fue condenado a muerte por los crímenes. El 10 de noviembre de 2009 fue ejecutado mediante una inyección letal en el Centro Correccional Greensville, en Virginia. 



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