«En el extranjero todo es más estable», afirma Alan Li criticando las estrictas restricciones impuestas en China para contener el coronavirus, que afectan sus negocios, perturban la educación de su hijo y aíslan a su país. Él, al igual que otros de sus compatriotas, está decidido a emigrar.
Tras varios meses de confinamiento en Shanghái, este empresario chino perdió la esperanza de un retorno a la normalidad en el corto plazo. Decidió vender su empresa y comprar un pasaje solo de ida hacia Hungría.
Para él, este país del centro de Europa es el lugar ideal para volver a fundar su empresa y permitirle a su hijo de 13 años acceder a una buena escuela internacional.
«Tuvimos muchas pérdidas este año», cuenta a AFP bajo una identidad falsa, ya que desea permanecer en el anonimato.
Una zona residencial de Shanghai, China, con gente en la calle con barbijos. Foto Reuters
La crisis
El ejecutivo cuenta que tuvo que usar sus propios ahorros para pagarle a los trabajadores durante el confinamiento.
«¿Cómo haríamos si esto se reproduce el próximo invierno?», plantea.
El confinamiento impuesto en Shanghái conmocionó a China por su duración y por las dificultades para acceder a la comida. Además, la obligación de permanecer en centros de cuarentena gestaron resentimiento contra la autoridad.
Ahora, muchos chinos quieren abandonar su país, que fue considerado como una economía muy estable, pero que las restricciones anticovid convirtieron en un entorno imprevisible.
Un ejemplo es el aplazamiento de muchos exámenes escolares, específicamente la prueba que es indispensable para entrar en las universidades en Estados Unidos.
Alan Li paga cara la escuela bilingüe inglesa donde está escolarizado su hijo, por lo que está indignado por las clases online y por el creciente control ideológico sobre los programas.
Protegidos contra el coronavirus en las calles de Shanghai. Foto Reuters
«Todo esto le arruina la juventud a nuestros niños», afirma.
Su alto nivel de ingresos le garantiza poder acceder a un programa de inversiones europeo que le permitirá a su familia afincarse en Budapest.
«Mucha gente sabe que si venden todo, pueden vivir tranquilos en un país europeo», explica. «En el extranjero, todo es más estable y es más fácil planificar el futuro», dijo.
Alan Li no es el único chino que piensa emigrar.
La salida
Guo Shize, un consultor especializado en inmigración, afirma a AFP que su agencia registró una explosión de demanda desde marzo. El número de clientes de Shanghái se multiplicó por tres.
Pero la migración está limitada por la política que impide viajar al extranjero que China impuso durante la pandemia.
Actualmente los viajes «no indispensables» están desaconsejados o prohibidos y las autoridades dejaron de renovar los pasaportes, salvo a quienes puedan demostrar una situación de emergencia.
Concretamente, los chinos pueden salir para realizar estudios en una universidad o para desempeñar un trabajo, pero no para hacer turismo.
La idea detrás de esta política es limitar el retorno de personas que podrían estar contagiadas con el coronavirus.
Un periodista independiente chino que quería viajar a finales de 2021 a Irak cuenta que no pudo abordar un vuelo a Estambul para llegar a su destino.
«Me quitaron mi pasaporte durante 15 minutos y volvieron y me dijeron que no cumplía con los criterios, relata a AFP bajo condición de anonimato.
El profesional, que no tenía una visa para entrar en Irak ni una carta formal de un empleador, finalmente logró salir por el territorio semiautónomo de Macao, en el sur.
Para Lucy, una militante LGTB y estudiante de 20 años de una universidad de Beijing, las políticas anticovid permitieron al gobierno «controlar todo».
«Lo único que quiero es simplemente vivir en un país donde el gobierno no se inmiscuya en mi vida privada«, cuenta.
«En lugar de aceptar y adaptarse a este sistema, quizás es mejor irse a otro lugar y empezar una nueva vida», concluye.
Agencia AFP
PB